Contar una pequeña historia con palabras no es fácil. Contarla con imágenes tampoco.
Hay quien está más dotado para una opción, hay quien para otra y hay quien para ninguna. Aunque hay historias en que el envase es lo de menos. Este es el caso. La pequeña historia de un padre y un hijo en el baloncesto de Lanzarote.
Viernes noche. Horas casi inapropiadas. Partido de baloncesto entre el Tinajo y el Maramajo de Teguise en casa de los primeros. En el descanso se me acerca un jugador del Tinajo, de esos que llevan siglos en el basket conejero. De los míos. De esos que envidio al mismo tiempo que admiro porque ya quisiera yo seguir vistiéndome de corto. Con la educación y el compañerismo que nos otorga ser casi del mismo siglo y reemplazo, me comenta, cargado hasta los dientes de orgullo, que es su primer partido junto a su hijo, que si les puedo hacer una foto. La respuesta es evidente. Si.
Poco antes del inicio del tercer cuarto posan ante mí. La típica foto. El papá tan orgulloso del momento que casi no puede dibujar una sonrisa en su rostro. El hijo, ilusionado, con la inocencia que te otorga la temprana edad, con una sonrisa sincera, de oreja a oreja. El pasado, presente y futuro del baloncesto de Tinajo en una foto. Amor familiar por el baloncesto.
Pensé que la marcha del partido y la insultante juventud del hijo no me permitirían hacer muchas fotos con ambos en el campo así que estaba dispuesto a aprovechar la más mínima opción, conocedor de que, para esa familia, la foto se tendrá en cuenta durante muchos años. Los primeros pasos del pequeño en el parqué de Tinajo los hace junto al papá, casi de su mano. Casi siguiendo un sendero tatuado en el parqué recorrido durante generaciones. Como el que sale a la sabana africana a cazar por primera vez. Momento inolvidable, a buen seguro, para ambos. Así lo espero y deseo. Bonita foto entrando al partido juntos. Pero pocos minutos después llega la oportunidad. Se abre una pequeña ventana. El Maramajo pone distancia en el marcador, obligando al entrenador tinajero a pedir tiempo muerto. Es el momento. La intrahistoria del noble deporte del basket en una foto. Papá e hijo atendiendo, serios y concentrados, uno junto al otro, las indicaciones de su entrenador. Aliados, como compañeros de equipo y de vida porque para ellos el baloncesto, su amado baloncesto, es la vida. Metáfora a la que muchos nos agarramos, tengamos la edad que tengamos. Ya lo decía otro que amaba el basket, Andrés Montes, y es que “la vida puede ser maravillosa”.
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