Aquí, sentado mientras espero una respuesta una vez más, me pongo a escribir.Muchas veces lo he pensado, pero no lo he hecho, aunque hoy sí. Lo hago para no gritar o, quizás, para no llorar de impotencia, una sensación que seguramente muchas personas han vivido.
No quiero victimismos; de hecho, odio y rechazo a quienes alegan traumas familiares para justificar sus decisiones. Cada día que el sol asoma en el horizonte, muchas personas salen, bueno, salimos, en busca de respuestas a nuestras necesidades. Muchas las encuentran porque realmente depende de ellas mismas, al menos cuando solo hablamos de cosas materiales. Pero muchas otras no lo logran.
Muchas otras buscan respuestas en la administración pública, desde la más cercana, llámese ayuntamientos, servicios de salud e incluso en la misma justicia si es necesario. Cada día que pasa, se dan cuenta de que el sistema no funciona correctamente cuando se trata de un problema de adicciones a drogas y/o alcohol, no propio sino de un ser cercano. Ese tipo de problema genera una autodestrucción de la persona, sin que sea consciente de ello, y afecta a todo su entorno más cercano.
Tocas una puerta y tocas otra solicitando ayuda, y la respuesta es siempre la misma: “No podemos porque él no quiere.”
Con esa frase empieza el calvario de una madre, un padre, un hermano/a, primo/a o incluso de un amigo/a que intenta ayudar a su ser querido. Van en procesión de una administración a otra, al centro de salud, al hospital y a la misma justicia, intentando que se le obligue a quererse, pero en todas se encuentran con la misma pared: “Si él no quiere, no podemos hacer nada.”
Algunos se atreven a decir que, si él quiere morir así, que así sea. Sin duda, la falta de empatía y, sobre todo, la falta de herramientas legales que permitan a aquellos que tienen esa empatía obligar a una persona a quererse, a intentar paliar su condición, o incluso, cuando su estado es totalmente irreversible, a tener una muerte digna con cuidados paliativos que le eviten sufrir.
Pero la frase «es su propia voluntad» es irrisoria porque, si hay algo que hace el alcohol o las drogas, es anular tu voluntad, tu capacidad cognitiva para discernir lo que está bien de lo que está mal, hasta el punto de que, si cometieras un delito, se considera un atenuante. Pero entonces, si al cometer un delito es un atenuante porque no sabías lo que hacías, ¿por qué al llevarlo a un médico y pedir un alta voluntaria en estado de embriaguez se considera que sí sabes lo que haces?
Ese es el drama que vivimos cada día muchas familias: no encontramos respuesta mientras vemos cómo nuestro ser querido se marchita lentamente hasta quedarse en los huesos y, finalmente, pasar al jardín del Edén. Y tú te quedas sin creer en el sistema que debía protegerte a ti y a tus seres queridos, y te quedas con la pregunta sin respuesta: ¿Por qué la justicia o incluso un médico no puede obligar a una persona a ser internada en un centro que trate sus adicciones a la fuerza? ¿Por qué es preferible enviarlo a una cárcel después de cometer un delito que obligarlo a pasar por un centro que le ayude a curarse y evitar que finalmente cometa delitos en busca de dinero para comprar droga o alcohol? ¿Por qué? ¿Por qué?
Y muchas otras preguntas que te quedan cuando ya es tarde: ¿Qué hice mal que no pude ayudarlo?
¿Por qué no pude evitarlo? ¿Por qué nadie me ha ayudado? Simplemente te quedas sin respuesta, y por lo tanto, se me ocurre pedir un cambio legislativo que permita a un médico o a un juez decretar el internamiento obligatorio en centros de tratamiento de adicciones para estas personas que no dejan las drogas.
Sin duda, para combatir el problema de las drogas debemos evitar que haya adictos, y este sería el primer paso. Meterlos en una cárcel por haber cometido un delito bajo la influencia de las drogas no atenúa el problema, sino que lo agrava y complica con el tiempo.